lunes, 6 de agosto de 2007

Muchas mitades ausentes

Tal vez sea un accidente que en el idioma español al ambiente se le pegue normalmente el mote de “medio” para nombrar el entorno que nos rodea, pero no puede ser menos que un accidente afortunado. Mal entendido, este medio le da un sentido de incompletud a los asuntos ambientales que les es propio: verdades a medias, posiciones vacías, sentimentalismos mediados, todo un marisma de interpretaciones y estudios para tratar de atrapar la esquiva incertidumbre de nuestra morada en el universo.

Son varios los niveles de “mediadés” de los asuntos ambientales: su complejidad, la manera en que los muchos agentes interactúan y funcionan en una clase de residualidad integrada, hacen de su aprehensión una empresa que raya con lo imposible. La historia de los intentos por conquistar el ambiente es tan antigua como la humanidad misma. Está atada a todas las religiones desde siempre, a los mitos, a esas regiones cerebrales de lo incomprensible. De allí una doble sensación de miedo y admiración, la primera impulsando la conquista, la segunda la contemplación. El carácter salvaje fue retrocediendo a medida que se le dominaba, primero divina, luego científicamente, en aquellos lugares en que los humanos empezamos a aglomerarnos. Sin embargo, la incertidumbre no ha desaparecido nunca, desafiando toda preparación para contenerla, todo cálculo para presagiarla.

Tampoco dieron cuenta, hasta hace relativamente poco, que al reunirse y organizarse, los humanos construíamos un nuevo ambiente tan incierto como del que huíamos, al que se entiende por lo general como naturaleza en contraposición a lo urbano. Las nuevas estructuras dieron paso a nuestras propias residualidades, a juntar a las amenazas primigenias la suma de nuestros propios efectos – y defectos: excrementos, basuras, mal genios, odios, miedos, hambre, hambre de recursos, hambre de lujo, hambre de satisfacción, hambre de ‘progreso’. Todas estas cosas inimaginadas por el cariz mismo de la agencia humana, de sus incontables miembros deformando a su vez el entorno a su paso. Un rasgo más de incompletud.

Tarde que temprano, sentiríamos pues los humanos el llamado de la selva, el eterno retorno. Una masa informe de entusiastas se lanzaría con los ojos abiertos al sol, que es lo mismo que andar a ciegas, a por el rescate del balance perdido en la tierra, evidente por una serie de desastres innegables, aunque a ciencia cierta nadie pueda afirmar que aquel balance haya existido jamás. Años después, los avances son indiscutibles, así como la permanencia de la incertidumbre. Hoy por hoy es mucho lo que se conoce, más lo que se desconoce, pero aún más lo que nos sorprende. En este proceso encontraron los pioneros del ambiente que no se entendían los unos a los otros, que hablaban de cosas distintas con las mismas palabras. Se hicieron entonces esfuerzos sobrehumanos para llegar a un consenso, para trazar planes y trabajar en equipo mundial. Nos recordaron a todos entonces los límites del conocimiento: donde roza lo empírico con lo racional, lo deducido con lo inducido, donde tiene cabida lo intuido, lo estadístico y lo inconmensurable; pero también se hizo de nuevo evidente la multiplicidad del conocimiento, arrinconó al método científico el ensordecedor grito de múltiples epistemologías, el oxímoron de la realidad: única y diferente para cada uno y todos los mortales. Recordaron – o re-aprendieron – los tecnócratas de todas las envergaduras el tamaño de la tarea propuesta: conjugar los hechos y los discursos, lo percibido y lo teorizado, ver surgir ante los monopolios religiosos y científicos de la verdad las voces de aquellos que directa o indirectamente eran los objetos de su estudio: sociedades des/informadas y sus tramas de poder. Esta multiplicidad disonante de entenderes trajo consigo más mitades, incluso algunas suicidas y otras psicópatas, pendientes de ser incorporadas.

Poco a poco, los pioneros han ido desapareciendo, y las modas tras ellos, dando pie a una segunda generación de verdes y cafés y multicolores y acromáticos, que intentan poner orden al Apocalipsis que sus predecesores descubrieron. Ese que ellos mismos ayudaron a crear.

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Si algo ha enseñado el estudio del ambiente es la futilidad de cualquier intento de totalizarlo – lo cual de ninguna manera banaliza su estudio –, de ahí que sería ridículo intentar resumir en estos párrafos las infinitas mitades faltantes, esas que nos proponemos ir comentando de a pocos en este espacio, a la medida que nos movemos, por no poder ser suficientemente optimistas para decir que avanzamos, dentro del inconmensurable mundo de los estudios ambientales.

1 comentario:

Carlos Obregón dijo...

¿Y ahora quién podrá protegernos?

Pero es que en serio yo diría que "pasa" que se hayan perdido los líderes y que no haya una solución clara, lo que es incomprensible es que si no avanzamos, retrocedamos...

¿cómo serán los siguientes 20 años para todos?