martes, 28 de agosto de 2007

¿Barbaridades editoriales?

Los estudios ambientales en su complejidad, pero sobre todo en su incertidumbre, son una arena neutra para el encuentro de saberes - aunque prefiero decir de epistemologías o tradiciones de conocimiento por las connotaciones que el primer término ya tiene entre los ‘entendidos’. Partiendo del hecho de que compartimos este lugar que habitamos y sentimos la dinámica de lo que nos rodea – haciendo referencia a los cinco sentidos –, cualquiera puede y debe tener voz sobre casi cualquier tema ambiental porque le afecta directamente. El punto está en organizar las voces de manera que avancen, en lugar de caer en confusión destructiva o paranoica.

Aparte de los convocados por profesión, los que se dedican al estudio científico del ambiente – ramas no menos complejas en su interior, y que quedan pendientes para próximas ocasiones –, una polifonía de voces y discursos se propagan, se mezclan y mutan entre las sociedades, conformando lo que es conocido como lay knowledge (¿Conocimiento común?). Los matices dentro de este gran baúl multicolor son muchos, diversos, a veces tercos, a veces maleables, a veces desinformados, otras tantas mesiánicos, todos regados dentro cada uno de los individuos y grupos que habitan la tierra. La naturaleza de este conocimiento depende en alto grado de las circunstancias e intereses de cada quien, de ahí su diversidad, y se construye, como ya he dicho, además de a través de los órganos sensibles, a través de los discursos y la acumulación de experiencias personales. Su importancia es altísima, porque desde ser determinante en las condiciones de pobreza hasta estremecer las estructuras de poder, algo un poco más notorio en las democracias pero que se da por igual.

Para no dilatar más esta introducción, permítanme saltarme una explicación más completa, y pasar a anotar entonces el papel que los medios de comunicación tienen en nuestras sociedades modernas de transmitir buena parte de la información que alimenta este sancocho de conocimientos. Ellos son abordados, de una u otra manera, por todos los miembros de la sociedad, y se encargan de hacer accesible al entender no iniciado las elucubraciones de los expertos a cargo de la ciencia. Es decir, son uno de los conductos dinámicos por los cuales la confianza que todos tenemos en el buen trabajo de los expertos conteniendo las amenazas diarias, se refuerza. Además, los productores de este conocimiento son miembros de estas sociedades, y sus palabras pueden ser también indicador de las ansiedades y fantasmas que recorren este saber popular. De ahí la importancia de mantener un ojo en ellos

Todo esto para justificar los siguientes comentarios sobre la columna del día de hoy en el Tiempo, titulada “En Medellín tampoco escampa”, escrita por el columnista Andrés Hurtado García – aunque la intención es también ir introduciendo elementos necesarios para un acercamiento complejo a lo ambiental. El problema en esta ocasión es el del cambio climático, el que pinta para ser el tema del milenio, no sólo por su importancia, sino porque cualquier intento de dominio – desde cualquier epistemología – requerirá del milenio para comprobar la certeza de las teorías, lo que dará de comer a columnistas alrededor del mundo cada vez que llueva de más o se incendie algo. Ya pasaron las editoriales principales de nuestro único periódico, y la semana pasada Daniel Samper Pizano, a quién no comenté en este espacio porque su estilo, a veces grave, otras humorístico, confunde a la hora de tomarselo en serio.

Sin embargo, el señor Hurtado parece ir en serio. A primera vista el lector entusiasta se irá animando con la indignación del columnista, que empieza por denunciar unas talas en el Chocó para luego argumentar que hasta el presidente de los Estados Unidos se ha dado cuenta de la debacle, y luego sigue con varias pruebas del fin del mundo, para concluir que lo que hace falta es un nuevo ministerio del medio ambiente. Claro, todos los problemas se solucionan con burocracia, como la historia del país bien ha mostrado.

Luego trae a cuenta las voces actuales sobre el mercado del agua, y la milagrosa posibilidad de volvernos potencia de la noche a la mañana gracias a nuestros recursos hídricos. Sólo noto acá que el autor, sin argumentos, da esto por un hecho. Entonces retoma las talas en Chocó, sin que medie explicación sobre la conexión entre dichas selvas y el agua, barbaridades que todo el mundo observa y que dejan al país como un gran ente malévolo depredador. Sin embargo, lo más probable es que nadie nos esté observando como dice el columnista, y que sean las aseveraciones sin fundamento las que propicien la mala imagen del país. Tal es el poder y responsabilidad del conocimiento mediado, rama del conocimiento común presentado al comienzo.

Termina hablando de un proyecto en Medellín, una carretera innecesaria, que requiere talar unos árboles que son los encargados de absorber el azufre del endemoniado ACPM que se consume en Colombia. Una mezcolanza de lugares comunes, noticias desconectadas, e interpretaciones moralistas, que aparecen publicadas nada menos que dentro del diario más importante del país. Una señal más de lo que varios intelectuales han comentado, y desde acá apoyamos: la entrada de la humanidad a una nueva Edad Media. O si no. ¿cómo es posible que media Bogotá se paralice, en pleno siglo XXI, por que alguien llama y dice que hay una amenaza de terremoto?

Quiero cerrar con esta perla de razonamiento incompleto de la columna del señor Hurtado:

“Esto [que el gobierno no oiga los ruegos de crear nuevamente un ministerio del ambiente] quiere decir varias cosas: o que los industriales son más importantes y pesados que los ambientalistas, o que es más importante tener industrias que tener agua, o que, como se dijo arriba, el Gobierno no se ha dado cuenta de lo definitivamente importante que es el cuidar el medio ambiente y los recursos naturales para asegurar la supervivencia del ser humano.”

¿No es posible que la renuencia de volver a crear el dichoso ministerio se deba a que los ambientalistas del país no le den la talla a lo que necesitamos?

Buenas noches,

sábado, 11 de agosto de 2007

Causas erradas



El titular de la noticia:
Apague hoy las luces 2 minutos contra el calentamiento global


La foto y su consigna:
La idea es que solo se vean prendidas las luces de los carros.

Un aparte del texto:
Su uso irracional (sobre todo cuando esta se genera a partir de petróleo, gas y carbón) es una de las causas del cambio climático porque genera emisiones de gases, como el dióxido de carbono, que se acumulan en la atmósfera y se vuelven como un techo que no deja escapar el calor hacia el espacio y provoca incremento de la temperatura

...y todos felices!

Acaso nadie ve semejante contradicción?
si alguien apagó las luces y se siente feliz de su causa, por favor, escríbanos, será un gusto atenderlo


http://www.eltiempo.com/tiempoimpreso/edicionimpresa/nacion/2007-08-10/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR-3674064.html

lunes, 6 de agosto de 2007

Muchas mitades ausentes

Tal vez sea un accidente que en el idioma español al ambiente se le pegue normalmente el mote de “medio” para nombrar el entorno que nos rodea, pero no puede ser menos que un accidente afortunado. Mal entendido, este medio le da un sentido de incompletud a los asuntos ambientales que les es propio: verdades a medias, posiciones vacías, sentimentalismos mediados, todo un marisma de interpretaciones y estudios para tratar de atrapar la esquiva incertidumbre de nuestra morada en el universo.

Son varios los niveles de “mediadés” de los asuntos ambientales: su complejidad, la manera en que los muchos agentes interactúan y funcionan en una clase de residualidad integrada, hacen de su aprehensión una empresa que raya con lo imposible. La historia de los intentos por conquistar el ambiente es tan antigua como la humanidad misma. Está atada a todas las religiones desde siempre, a los mitos, a esas regiones cerebrales de lo incomprensible. De allí una doble sensación de miedo y admiración, la primera impulsando la conquista, la segunda la contemplación. El carácter salvaje fue retrocediendo a medida que se le dominaba, primero divina, luego científicamente, en aquellos lugares en que los humanos empezamos a aglomerarnos. Sin embargo, la incertidumbre no ha desaparecido nunca, desafiando toda preparación para contenerla, todo cálculo para presagiarla.

Tampoco dieron cuenta, hasta hace relativamente poco, que al reunirse y organizarse, los humanos construíamos un nuevo ambiente tan incierto como del que huíamos, al que se entiende por lo general como naturaleza en contraposición a lo urbano. Las nuevas estructuras dieron paso a nuestras propias residualidades, a juntar a las amenazas primigenias la suma de nuestros propios efectos – y defectos: excrementos, basuras, mal genios, odios, miedos, hambre, hambre de recursos, hambre de lujo, hambre de satisfacción, hambre de ‘progreso’. Todas estas cosas inimaginadas por el cariz mismo de la agencia humana, de sus incontables miembros deformando a su vez el entorno a su paso. Un rasgo más de incompletud.

Tarde que temprano, sentiríamos pues los humanos el llamado de la selva, el eterno retorno. Una masa informe de entusiastas se lanzaría con los ojos abiertos al sol, que es lo mismo que andar a ciegas, a por el rescate del balance perdido en la tierra, evidente por una serie de desastres innegables, aunque a ciencia cierta nadie pueda afirmar que aquel balance haya existido jamás. Años después, los avances son indiscutibles, así como la permanencia de la incertidumbre. Hoy por hoy es mucho lo que se conoce, más lo que se desconoce, pero aún más lo que nos sorprende. En este proceso encontraron los pioneros del ambiente que no se entendían los unos a los otros, que hablaban de cosas distintas con las mismas palabras. Se hicieron entonces esfuerzos sobrehumanos para llegar a un consenso, para trazar planes y trabajar en equipo mundial. Nos recordaron a todos entonces los límites del conocimiento: donde roza lo empírico con lo racional, lo deducido con lo inducido, donde tiene cabida lo intuido, lo estadístico y lo inconmensurable; pero también se hizo de nuevo evidente la multiplicidad del conocimiento, arrinconó al método científico el ensordecedor grito de múltiples epistemologías, el oxímoron de la realidad: única y diferente para cada uno y todos los mortales. Recordaron – o re-aprendieron – los tecnócratas de todas las envergaduras el tamaño de la tarea propuesta: conjugar los hechos y los discursos, lo percibido y lo teorizado, ver surgir ante los monopolios religiosos y científicos de la verdad las voces de aquellos que directa o indirectamente eran los objetos de su estudio: sociedades des/informadas y sus tramas de poder. Esta multiplicidad disonante de entenderes trajo consigo más mitades, incluso algunas suicidas y otras psicópatas, pendientes de ser incorporadas.

Poco a poco, los pioneros han ido desapareciendo, y las modas tras ellos, dando pie a una segunda generación de verdes y cafés y multicolores y acromáticos, que intentan poner orden al Apocalipsis que sus predecesores descubrieron. Ese que ellos mismos ayudaron a crear.

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Si algo ha enseñado el estudio del ambiente es la futilidad de cualquier intento de totalizarlo – lo cual de ninguna manera banaliza su estudio –, de ahí que sería ridículo intentar resumir en estos párrafos las infinitas mitades faltantes, esas que nos proponemos ir comentando de a pocos en este espacio, a la medida que nos movemos, por no poder ser suficientemente optimistas para decir que avanzamos, dentro del inconmensurable mundo de los estudios ambientales.